TEXTOS

Los textos recopilados a continuación se pueden leer de manera independiente accediendo a través del menú.

ACUSE DE RECIBO – MIENTRAS SEGUIMOS VIVOS

Texto escrito para la exposición «Acuse de recibo» – Galería La Lonja – mayo 2021

En estas imágenes es más importante lo que no se muestra que lo que se ve. Lo que quedó fuera del encuadre en contraposición a lo que quedó para la posteridad.

Son fotografías hechas en grandes viajes, en momentos de la vida cotidiana, en pequeñas escapadas o excursiones.

Unas veces en solitario, otras con amigos, amigas o familiares.

Opto por no fotografiar personas y rostros porque lo que verdaderamente me interesa son los matices de los recuerdos que me vienen a la cabeza cuando veo cada una de las escenas.

De alguna manera, funcionan (me funcionan) como acuse de recibo de momentos vividos. Unos maravillosos, otros dolorosos, otros rutinarios, otros emocionantes… pero en definitiva, de mi vida y sus olas.

Unas olas que trato de surfear de la manera más digna posible. Hay veces que uno las remonta de pie sobre la tabla, otras la ola te arrastra a la orilla y debes volver a posicionarte, otras el neopreno no es lo suficientemente grueso para la borrasca.

No obstante, lo importante es seguir vivos para acercarnos a la muerte, una y otra vez… una y otra vez.

A SETAS O A ROLEX

Artículo escrito para Asociación Educación Abierta dentro del debate «Calmar la educación» #CalmarEDU

A cada una de las personas participantes se nos asignaba un tema sobre el que escribir. En mi caso fue el siguiente:

#CalmarEdu nº52. Hay que enseñar menos cosas, pero más relevantes para los alumnos y con más profundidad. Aprender sin interés desvirtúa el proceso de aprendizaje y lo merma. Es fundamental suscitar el interés por el conocimiento que va a ser aprendido y, con ello, favorecer la motivación por aprender para seguir aprendiendo.

Mi artículo:

Estaban dos amigos de Bilbao cogiendo setas en el bosque. De repente uno de ellos, ve brillar algo en el suelo, se acerca, se agacha y dice: – ¡Hostia Patxi! ¡Un Rolex!

A lo que Patxi le contesta: – ¡Andoni! ¡Tira eso! ¡¿A qué hemos venido?! ¡A por setas o a por rolex!

Este chiste, además de ser mi favorito, creo que refleja muy bien lo que habitualmente sucede en nuestros centros escolares en relación al punto 52 de #CalmarEdu sobre el que escribo en este artículo. 

Como decía, en nuestro día a día como docentes, suele ocurrir algo parecido a lo que pasa en el chiste. Por un lado, hablamos de la necesidad de tratar en profundidad lo que el curriculum nos plantea; pero a la hora de la verdad, y basándonos fundamentalmente en la tan manida frase del “no llegamos”, nuestra práctica docente suele consistir en una carrera en la que terminar libros u otros materiales se convierte en nuestra máxima aspiración. Fichas y libros, que una vez completados hacen que parezca que todo va bien. Y digo “parezca” porque, es evidente que, si nuestra labor docente se propone desde este planteamiento, habrá muchos alumnos/as para los que seguir con el ritmo marcado es imposible y otros/as a los que dicho ritmo se les queda corto; y por lo tanto, tendremos que admitir que no “todo va bien”.

Es una obviedad que todas las personas aprendemos a ritmos diferentes, tenemos distintos intereses y vivimos en entornos muy diversos. Sin embargo, tanto el planteamiento del curriculum escolar, que nos marca lo que debe ser aprendido, como muchas de las prácticas que habitualmente se dan en nuestros centros escolares, son claramente homogeneizadoras de esta diversidad. Y volviendo nuevamente a la tesis anterior: si el planteamiento es homogéneo, hay niños/as que “se van quedando atrás” y otros/as que “se aburren” (en el mejor de los casos).

Es por ello, que tendremos que abordar y, de una vez por todas, tomar decisiones contundentes en lo que se refiere a lo que nuestros alumnos/as deben aprender. Y cuando digo aprender, me refiero a hacerlo con calma y con profundidad; para que realmente esos aprendizajes sean significativos y no queden en un mero sucedáneo que ha de ser repetido y vomitado en un examen con el único fin de aprobar y dar la sensación de que “todo va bien”.

Escribía José Gimeno Sacristán, hace unos años, que “el currículum es un campo de batalla que refleja otras luchas: corporativas, políticas, económicas, religiosas, identitarias, culturales…”. Teniendo en cuenta esto, es evidente que acordar lo que ha de ser relevante y lo que no lo es tanto, y lo que debe estar en el currículum y lo que no, no va a ser tarea sencilla. Sin embargo, insisto, algo tendremos que hacer. Ya que los aprendizajes en general son muy superficiales y nuestras prácticas docentes, por el modo en el que éstas habitualmente se plantean, no son inclusivas; por lo que demasiados alumnos/as se “van quedando por el camino”.

En este sentido, César Coll hacía un planteamiento, en mi opinión, muy interesante al respecto: planteaba establecer una distinción entre lo básico imprescindible y lo básico deseable. Para él lo básico imprescindible son aquellos aprendizajes que, en caso de no haberse llevado a cabo al término de la educación básica, condicionan o determinan negativamente el desarrollo personal y social del alumnado afectado, comprometen su proyecto de vida futuro y lo sitúan en un claro riesgo de exclusión social. Además de ser aprendizajes que son difíciles de realizar más allá del periodo de la educación obligatoria. Lo básico deseable se refiere a aprendizajes que, aún contribuyendo significativamente al desarrollo personal y social del alumnado, no lo condicionan o determinan negativamente en caso de no producirse, y pueden ser recuperados sin grandes dificultades más allá del término de la educación obligatoria.

Es claro que este planteamiento también generará controversia y falta de consenso; pero quizás, pueda ser un punto de partida por el que empezar. Lo que es un hecho es que nuestras escuelas deben ser espacios conectados con su entorno, auténticos laboratorios de experimentación donde el conocimiento fluya, tenga sentido y realmente sea adquirido desde la práctica. Donde nuestros niños y niñas deseen ir, porque lo que allí se les ofrece es “insuperable”. Donde cada niño/a va aprendiendo a su ritmo y con calma, sin poner límites por arriba e incentivando y motivando cuando sea necesario, sin etiquetarlos y entendiendo que no todos/as aprendemos al mismo ritmo, ni todos/as tenemos los mismos condicionantes ambientales y familiares. Escuelas entendidas como puntos de encuentro de multitud de agentes y de gentes, donde aprenden los unos/as con los otros/as sin importar la diferencia de edad. Donde, en definitiva, se aprende a vivir en sociedad de manera cooperativa y solidaria.

Para ello, tal vez, un enfoque como el de César Coll, podría ser muy interesante: fijando los aspectos básicos imprescindibles que se han de adquirir a lo largo de toda la enseñanza obligatoria y proponiendo que el resto, lo deseable, pudiera plantearse de manera flexible e incluso optativa, teniendo en cuenta los intereses de cada persona, el contexto y otros aspectos. Porque como dice José Blas García, sobre el proceso de aprendizaje, cada persona lo construye, reconstruye y modifica según sus experiencias propias, las oportunidades de experiencias ricas que le ofrece su entorno, sus habilidades cognitivas y el nivel de sus diferentes competencias; y esto debiéramos tenerlo en cuenta.

En cualquier caso, siendo consciente de que mediante este artículo no abordo el asunto con la profundidad que necesita, sí que creo que tenemos que tener claro a qué vamos al bosque: a por setas o a por Rolex. Y obviamente, actuar en consecuencia.

“MEMBRANAS” – POR MÓNICA LOZANO

Texto escrito por Mónica Lozano para la publicación «Invisible Walls» 

Todas esas absurdas líneas que hemos creado en el mapa no existen en la Tierra. 

Yuri Gagarin (desde el espacio)

Una frontera es un desacuerdo disfrazado de acuerdo, una duda haciéndose pasar por una certeza, una herida con apariencia de cicatriz… A todos nos duelen las fronteras. 

Las hay físicas y políticas, míticas y psíquicas, temporales y eternas. De todas ellas, solo las geográficas parecen seguir defendiendo, con orgullo, su condición de frontera histórica y poderosa: el Cáucaso, el Sáhara, el Himalaya, el Gobi, los Pirineos… A las míticas tampoco les va mal: la de Oriente y Occidente sigue vendiendo, imparable, viajes exóticos. Aunque de las que más se habla es de las políticas, que vienen y van, como las mareas. Fronteras políticas, fronteras polémicas. Consiguen titulares a diario y se hacen películas sobre ellas. Pero esas fronteras, las que dibujan los poderosos, en despachos remotos sobre mapas enormes, son las que definen y contienen las identidades de los pueblos, o al menos lo intentan. 

Toda frontera es una definición: aquí somos nosotros, allí los otros; y toda definición implica una frontera, una línea a partir de la cual las cosas se llaman de otra manera. Definir es limitar, intentar encontrar una única respuesta a todas las preguntas, pero definir también consiste en crear, resolver algo dudoso, concluir una obra. Por eso, la creación es, con frecuencia, una cuestión de límites, de cruzar fronteras, de no tener miedo a ir más allá. Una cuestión de plantear nuevas preguntas, de trazar nuevos mapas, de conectar unas ideas con otras. ¿Por qué son tan importantes las fronteras, por qué hablamos tanto de ellas? ¿Por qué tienen tan mala fama? Una frontera solo es algo que está enfrente. Cómo puede una definición tan sencilla crear tanto odio… ¿Una frontera puede servir para algo más que generar dolor? ¿Y si recicláramos las fronteras?… 

A mí me gusta pensar en ellas como si fueran membranas, con muchas células dentro. Muros invisibles protegiendo ecosistemas vivos. Pieles delgadas por las que fluyen todo tipo de sustancias. Organismos con necesidades que no pueden satisfacer sin la ayuda del exterior. Miles de intercambios invisibles sucediendo, a la vez, ante nuestros ojos. Membranas cuya capacidad de supervivencia dependerá del uso que se haga de ellas, de cómo se las alimente, de la calidad del oxígeno que las rodee y de la cantidad de células nuevas que generen cada año. Porque una frontera debería ser, esencialmente, un tránsito social entre dos culturas, es decir, una oportunidad de conocer, de aprender de “el otro”, de enriquecernos, de perder el miedo. Una oportunidad de ser más, no menos.

Y eso es lo que yo veo en este libro, lleno de imágenes habitables, donde una nueva mirada sobre las fronteras las convierte en nuevos territorios por los que caminar, donde los tránsitos no son murallas, donde los muros invisibles, esas membranas vivas, se presentan como poderosas líneas en blanco sobre las que definir nuestro propio concepto de frontera. 

UN CHARCO ERA UN OCÉANO – POR JUANAN REQUENA

Texto escrito por Juanan Requena para la exposición del mismo nombre. Junio de 2012 en Galería ASM28 de Madrid.

Tantas veces como si todo fuera a empezar otra vez

y es volver atrás y el juego de los tiempos de antes,

a dónde fueron, a dónde llegan,

algo que ya se dijo o se deshizo,

entonces contar lo que pasó aún siendo incontable,

el eterno empeño,

abrir cualquier calendario,

hasta dónde llega la memoria,

hoy,

ayer,

hace distancia,

siempre hace distancia,

retroceder diez años,

veinte años,

preguntas,

qué alcance tiene lo que pasó en este ahora,

las decisiones tomadas que no se eligieron,

el fuego que se apagó,

es así,

el juego es posible

y es juego porque la memoria igual revuelve los recuerdos que los transforma,

deja vacíos, inventa,

y así contarlo,

seguir,

a saltos, sin medida,

la memoria no espera ni calcula,

miras el fuego y ya es ceniza,

retrocedes,

retratas para conservar,

disparas a lo que más pesa,

duelen los contornos,

preguntas,

significados,

y así hasta hoy, ahora,

seguir, avanzar,

como si todo fuera a empezar otra vez,

parar,

mirar,

pasar la página…

PERO AL MENOS HACEMOS FOTOS – POR JUAN VALBUENA

Texto escrito por Juan Valbuena para el libro «La letra pequeña de mi memoria».

La, ti, do… la, ti, do…

Hay sólo tres notas dentro de nosotros; con ellas debería poder escribirse todo lo que somos, pero nadie sabe cómo.

Algunos hacemos trampa: marcamos puntos en los mapas y luego los unimos con líneas esperando que aparezca la constelación de nuestras vidas. Nunca ocurre, pero al menos hacemos fotos. Pensamos que faltan lugares y momentos en nuestra colección: creemos que si vamos a ese hotel con la mujer que vimos bajar de aquel tren nos encontraremos a nosotros mismos. No es verdad, pero al menos hacemos fotos. Esperamos que cuando suene el teléfono nos digan que no estamos solos y que el dolor que tenemos no es nada. No es así, pero al menos hacemos fotos. Sentimos que tenemos que ir mañana mismo a una ciudad de nombre impronunciable donde nieva negro. Llegamos tarde, solo quedan habitaciones vacías y huellas en las calles. Pero al menos hacemos fotos. Vemos señales por todas partes, creemos que son nuestras las palabras escritas para otros y desciframos en código morse los paisajes eléctricos. No es suficiente. Seguimos perdidos, pero al menos hacemos fotos. 

La, ti, do… la, ti, do..

LA FOTO DEL BALÓN DE TRAPO – POR KOLDO MENDAZA

Texto escrito por Koldo Mendaza para el libro «la letra pequeña de mi memoria»

El tiempo hace que algunas fotografías se mantengan en mi memoria, como perpetuadas tras verlas la primera vez.

No quiere decir que sean fotografías especialmente «buenas»( menudo concepto el de «bueno» y» malo»), ni que sean premiadas, elogiadas, publicadas…, no.

Hay fotografías que tienen un plus, que las vuelvo a ver y hacen que el bicho que habita en mi estómago se revuelva, y me haga sonreír…, o llorar…

Así de poderosa es la Fotografía. Tan pronto nos hace sentir espléndidos, como nos baja a los infiernos.

Hoy vuelvo a ver una fotografía de Iñigo, sí , tuya Iñigo.

Te acuerdas perfectamente. Es una fotografía analógica – analógica!, suena a desfase, a vías muertas de tren, a otro tiempo sin carreras-, en blanco y negro.

En ella se retratan los pies de un niño negro, descalzo, y un balón de trapo.

Veo la fotografía y sonrío. No sólo veo la foto, te veo a tí, con algunos años menos, y una ilusión por ver el mundo, por mirar el mundo.

Me acuerdo de lo que costó positivarla ( alguna zona excesivamente quemada).

Horas de laboratorio, constancia, dudas.

La foto se positivó, e incluso participó en algún certamen y exposición. Y a esa foto le sucedió otra, y a esa le siguió otra.Y se fue forjando un estilo, el tuyo.

La Fotografía te mordió hondo, y te envenenó pero bien. Y siguieron surgiendo dudas, y tomas de decisión.

Con la mochila y la cámara te fuiste hacia oriente,  viaje que acabó en el proyecto «de otras clases».Cómo me emocioné cuando me lo enseñaste, y cuando editamos el video .Cómo me emocionó tu emoción de niño grande, y es que ..se veía venir.

Más proyectos y fotos, algún que otro reconocimiento y más vida por mirar y por vivir. Y ahora este libro que te honra y que nos honra a los que te conocemos y queremos.

Tus fotos han cambiado mucho de aquellas primeras fotos, pero ¿sabes? yo me acuerdo de esa foto del balón de trapo.

En ella resumo toda tu trayectoria de Fotógrafo ,sí en mayúsculas, porque no todo el mundo sabe qué peajes hay que pagar para llegar, y tu los sigues pagando, como buen Fotógrafo con mayúsculas.

Me pregunto qué habrá sido de esa foto, aunque bien mirado…, ya sé dónde está.

La tengo yo, aquí, en mi imaginario .La veo cada vez que la necesito, ¿sabes por qué?

Porque la foto del balón de trapo , es la foto que hemos hecho ( por suerte) alguna vez , todos los que amamos este invento de la Fotografía.

1/60 DE SEGUNDO – POR KOLDO MENDAZA

Escrito por Koldo Mendaza en 2006 para mi blog.

Nunca menos de 1/60 de segundo.

Esta fue mi primera lección (ni completa ni correcta en toda su extensión) en la aventura de aprender fotografía .Corría el año 1981 y mi capacidad y conocimiento fotográfico era similar al del manejo de un Boeing 707 por parte del Macaco de Borneo.

“ A 1/60 tus fotos no saldrán movidas”, y yo me lo creí a pies juntillas. Podéis imaginar que me pasé todo el verano haciendo fotos de día, pues al atardecer y anochecer el 1/60 ya no funcionaba, y eso que el objetivo de aquella Nikon EM era 1`8 de luminosidad.

Así empecé. Luego comprendí y aprendí que había más tiempos de obturación y que mis imágenes se iban enriqueciendo. Y es que en ese frágil y corto instante que representa el clic del obturador congelamos tantos y tantos fragmentos de vida ¿verdad?

De esta manera surgieron las primeras fotos que sirvieron para la primera exposición (¡qué orgullo!), la foto del primer premio (¡soy el mejor!) las fotos de mis primeros trabajos (¡vivo de la fotografía, me pagan por ello!). También las fotografías que años después me siguen haciendo llorar (eterno Maxi) o reír (…).

El 1/60 de segundo puede atrapar tantos sentimientos… Pero no sólo eso, del mismo modo, consiente en que conozcamos los lugares de nuestra dicha ( el mar…) y las personas de nuestro gozo ( hola tripulación, querida y admirada tripulación).

1/60 de segundo. Parece que la vida entera se ha congelado en 1/60 de segundo.

Hace dos semanas mis alumnos de 1º de la Escuela de Artes y Oficios ( mi otra casa) me preguntaron:

“¿…y cómo empiezo a hacer la foto, con qué velocidad y con qué diafragma…?

Os lo juro; volví a 1981, y sin pensarlo contestè: “1/60 de segundo”.

Ya me encargaré después de completar la información, de ampliarla y de enseñar que hay más tiempos de obturación, y más combinaciones , y más EV, y Niepce y Doisneau y…

Gracias Iñigo por estar ahí, por hacer realidad un sueño, por volar, por seguir al corazón.

Click. 1/60 de segundo.